Ecos de Kathmandú

Esto es un diario en retrospectiva, la historia de un mes de voluntariado en Nepal, una guía de pensamientos y vivencias que necesitan espacio para respirar agusto, demasiado pequeñas para una sola mente...

domingo, 26 de agosto de 2007

4/07/07



Pokhara

Amaneció a las 5. Lo sé porque lo vi. Nos levantamos a esa hora para ver las montañas. Lo malo es que estaba muy nublado y nos desanimamos bastante. Subir y no ver nada es desalentador. El problema es que le habíamos comentado al del hotel nuestra intención de subir, y él se había tomado la libertad de avisar a un taxista amigo suyo que por un módico precio nos subía. Al decirle que estaba nublado y tal nos juró y prometió que sólo eran nubes bajas, que se despejarían pronto. Yo no me fiaba, pero como quería subir aun sin ver nada llegué al acuerdo de que si no veíamos montañas le pagaríamos la mitad. Acabó aceptando. Lo bueno es que tenía razón (lo malo, que nos tocó pagar todo, pero valió la pena). Una vez subimos al puerto de Sarangkot pudimos ver todo el cielo despejado y el macizo del Annapurna mucho más cerca, completo y asombroso. Te quedas sin palabras al contemplar las cumbres de nieve perpetua. Recordar que estas contemplando picos que están a 8000 metros, los más altos del mundo no deja indiferente a nadie. Para subir a Sarangkot hay que ascender la tortuosa escalinata hasta la cima, donde hay un cuartelito militar. Dentro del cuartelito hay un mirador, y dentro del mirador había adolescentes koreanos. Eran majos, pero ruidosos. No hacían más que tomar fotos frikis. Tomé muchas fotos, vídeos y lo que se me ocurrió. Todo el escenario era grandioso. Hasta se podían ver en la distancia las montañas cercanas a Kathmandú. Tuvimos una suerte asombrosa. Durante el monzón es muy difícil encontrar algo así. Una vez admirados fuimos a desayunar a una casa con buenas vistas. Allí, una señora con poca idea de inglés nos atendió, y casi una hora después nos trajo la comida (yo creo que esperaba a que la gallina pusiera un huevo, porque el desayuno sólo era un huevo frito, una tostada y café...). Sin embargo, en ese tiempo estuvimos hablando con un hombrito que vivía en la casa de al lado. Con mejor inglés nos comentó la suerte que habíamos tenido y nos recomendó un trekking de tres horas a un pueblo cercano. Terreno llano, sombra y bosque. No sonaba mal. Así pues, dado que eran las 7:30 de la mañana y sobraba tiempo allá fuimos. Poco aprendimos del día anterior. Por supuesto, el camino era mil veces mejor que la dolorosa subida a la pagoda de ayer. Más plano y un paisaje bonito. Pronto perdimos de vista el Annapurna, pero no el lago Phewa y Pokhara en la lejanía. Se veía cómo a medida que el sol calentaba su superficie grandes masas de vapor formaban nubes, que ascendían y cubrían las montañas, como la espuma de la cerveza rebosando el vaso (hace mucho que no tomo una y por eso me acuerdo XD). Así pues, la primera hora, hora y media de trekking se hizo amena. Las amenazas y amagos del día anterior se cumplieron y me caí al lado (que no dentro) de un charco. Resbalé... Pasábamos por pueblecitos y campos de arroz. Todos saludaban al paso y cada niño que veíamos nos seguía y pedía dinero o dulces (mucho mal les han hecho los turistas que pasan por ahí). Lo mejor es ignorarlos y ellos solos se acaban cansando y se van corriendo y riéndose. Sólo recuerdo a una niña que se acercó corriendo y se puso a andar a nuestro lado. No dijo nada en absoluto, sólo nos acompañaba. No tendría más de 5-6 años. Muy maja. Parecía tímida. A esta fue a la única a la que le di algo, unos chicles que tenía por ahí. Tal vez se lo di porque no me lo pidió (otra vez, como el tibetano de ayer). Nos hicimos una foto con ella y nos abandonó cuando llegó a su casa. Como he dicho, todo fue bien hasta la mitad. Con las piernas ya cargadas del día anterior no apetecía andar más. Nos encontramos con una pareja de viejetes noruegos en dirección contraria y les preguntamos si quedaba mucho. Nos enseñaron su mapa y aconsejaron que tomáramos un atajo a través de la montaña, que llevaba directamente a la carretera. Viendo una salida fácil intentamos encontrar el camino. Pasamos un lago con un templo al lado (boniiito) y tomamos un sendero que subía hacia la montaña (mala idea, salirse del camino principal). Al principio parecía un buen camino, en la dirección correcta y en más o menos buenas condiciones. Pero luego empezó a desaparecer y se perdió en el bosque. En este punto deberíamos haber vuelto, pero decidimos seguir (muy mala idea). Al rato ya no había camino, sólo árboles y naturaleza. Entonces sí pensamos (algo tarde) que lo mejor era ir por terreno conocido. Bajamos por otro sendero que apareció milagrosamente. Nos condujo a un terreno cubierto por muchos campos de arroz en terraza. Es difícil andar por ellos. Al final encontramos una casa y nos dijeron por dónde bajar, pero yo estaba a punto de meterme en el arrozal y cruzarlo andando (estaba seco, sólo algo embarrado...). ¿Dónde estaba la mala idea? Bueno, primero, nos metimos por caminos que no conocíamos, pero se solucionó en más o menos media hora. Lo peor de todo es adentrarse en un bosque tropical en pleno monzón. Rebosa vida. Y entre toda esa vida destacan unos pequeños "gusanillos" que vimos que trepaban por nuestros zapatos. Habría unos diez en cada pie, en mi caso. Era bastante difícil librarse de ellos, porque se quedaban pegados por un extremo. Al final nos dimos cuenta de que los simpáticos gusanitos eran sanguijuelas. ¿Cómo? Bueno, que se quedaran mordiendo mi zapato era un tema, pero cuando una llegó a mi calcetín y empezó a engordar gracias a mi sangre ya me mosqueé. Menos mal que poco antes había echado repelente en mis tobillos y no subieron más. En cuanto pude me senté y me libré de todos, comprobando que no quedaba ni uno como 20 veces. La herida no dejaba de sangrar debido al anticoagulante de su saliva, pero un pañuelo hizo buen trabajo. Cuando ya estábamos en el camino principal me miraba las piernas cada dos por tres, con esa poco agradable sensación de que miles de bichos te recorren el cuerpo, mala experiencia, pero divertida vista en retrospectiva. Así pues, nos tocó andar lo que nos tocaba, nos pinta por intentar tomar el camino fácil. Aun así, necesitaba una ducha y un chequeo general. Sin embargo la cosa mejoró bastante. Poco tiempo después paramos en un pueblito (pueblito de dos o tres casas...) y Kylee entró al servicio de una casa. Allí un hombre se puso a hablar conmigo en buen inglés. Me preguntó por la procedencia, cuánto tiempo llevaba, esas cosas... Le debí caer bien, porque nos acabó invitando a tomar té con leche en la casa de al lado. Al principio creí que me cobraría por ello, pero dado que casi me obligó a aceptar su invitación no me quedó más remedio (de todas formas serían 5 o 10 rupias). Pero se portó. Cuando le dijimos que eramos voluntarios nos pidió consejo médico creyendo que teníamos idea. Había unos niños sentados al lado y una de ellas tenía lo que parecía una artritis severa, ya que sus dedos estaban deformados y no podía doblarlos bien. Una pena, pero no podíamos hacer nada. Si le dábamos alguna medicina nos arriesgábamos a hacerle más mal que bien. Al acabar el té nos despedimos y proseguimos, sólo quedaba media hora de viaje. El hombrecillo vino con nosotros, y se le fueron uniendo paisanos que chapurreaban una mezcla de español e italiano. Allí fuimos la panda, hasta que por fin vimos civilización (calle pavimentada). Yo estaba harto, y uno nos ofreció un taxi al hotel por 300 rupias ( no es mucho), pero cuando íbamos en busca del taxi, perdido a 500 metros, el bus pasó por delante y lo cogimos (la pela es la pela, eh? XP). Además no me arrepiento nada. Fue el mejor viaje en bus de mi vida. ¿Por qué? Porque nos tocó viajar en el techo. Ya lo había hecho en Kathmandú, pero no es el campo, con esas vistas y a esa velocidad. Ir a 100 km/h con el viento de cara y del modo en que conducen es un desafío para los sentidos. No me cansé de hacer fotos y vídeos. Me eché muchas risas. La gente se quedaba flipada al ver a dos occidentales sentados en el techo, no debe ser común. Me dio pena que se acabara, se estaba muy fresquito allí. Eran sólo las 12 cuando llegamos al hotel. Muy pronto, pero es que salimos a las 5. Y necesitaba realmente la ducha y el chequeo, además de curar en condiciones la herida todavía sangrante. Así, poco después fuimos a comer, y luego no mucho, que estábamos cansados. Tarde vagabundeando por las calles y puestos, también bonitos. Lo demás, a descansar, que ha sido un día duro, pero interesante... :P Fotos del día: Vista de las nubes desde el purto de Sarangkot, con el tridente de Shiva de un templo cercano a primera vista. Yo con el macizo del Annapurna de fondo. Cartelito informativo de las montañas xD. Otra vez el macizo del Annapurna. Montañas de la región de Kathmandú, al fondo, dirección Noreste-este. Joven madre llevando de una forma peculiar a su hijo majete. La niña tímida que nos acompañó un ratillo. Pueblecitos que nos íbamos encontrando, con bambú por todos lados. Campos de arroz en la ladera de la montaña, parece que aquí se acaba el mundo. Lago con un templito muy majo al lado, impresionante. Camino por el que no debeis ir si os lo encontrais, podría haber bishitos! Yo relajado en el techo de un autobús, que me lleven donde quieran. Vistas durante el viaje, mucha cascadita, mucho campo de arroz, mucha selva. Yo haciendo el gilipollas con el paisaje de fondo, a una velocidad de vértigo. Vestigios de la herida de la sanguijuela horas después de que me mordiera, todavía sangraba como al principio...

No hay comentarios: